Los padres desean siempre lograr que la crianza de sus hijos esté encaminada a la felicidad completa de estos. Es una tarea hermosa y difícil, pero conseguir reconocer e identificar las emociones del bebé ayuda a transmitir a los niños la importancia de conocerse a sí mismos y a manejar estos sentimientos.
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No es suficiente preocuparse por la salud física de nuestros hijos: es necesario prepararlos para la vida y dotarlos de los recursos emocionales para ser exitosos y felices. Está demostrado que los niños felices aumentan su capacidad de aprendizaje y su rendimiento escolar.
Desde muy pequeños podemos auxiliar a los niños para conocer sus emociones y manejarlas de manera provechosa para su vida. Establecer una buena comunicación padre-hijo es fundamental en esta vía de conquistar el equilibrio emocional y la confianza en sí mismos.
Reconociendo las primeras emociones del bebé
Para un recién nacido todo es nuevo. Sensaciones, sonidos, olores y formas difusas inundan sus sentidos. En las primeras semanas aún no poseen emociones claras, sino reacciones emocionales que se relacionan casi siempre con el dolor, el hambre o el malestar.
Las emociones del bebé se van desarrollando a medida que este crece y van aparejadas sobre todo a su relación con la madre. Del adulto y su empatía con el bebé depende que se desarrollen mejor estas emociones y se vayan identificando cuáles se corresponden con estímulos agradables o desagradables.
Las primeras emociones como respuesta a un estímulo aparecen alrededor de los 3 meses de vida. El aprendizaje y desarrollo en los procesos de maduración del cerebro hace que ya puedan identificarse las primeras reacciones emocionales. Ellas son:
- Interés o sorpresa
- Miedo
- Ira
- Tristeza
- Asco
- Alegría
A medida que el niño crece aparecen otras emociones. Un pequeño de entre 2 años y medio y 3 años ya es capaz de saber que es un ser diferenciado de su entorno, o sea, hacer conciencia de su identidad personal. Es el momento en el que surgen emociones que se relacionan con la visión de sí mismo, como el azoramiento, la empatía o la envidia.
Dejando atrás las emociones primarias del bebé, el niño crece y se ve involucrado con el resto de la sociedad. El comportamiento social, y sus relaciones con los otros lo colocan en una situación donde ya puede juzgarse a sí mismo y a sus actos, y puede sentir vergüenza, orgullo, culpa, entre otras de numerosas emociones que van desarrollándose.
Los padres y las emociones
Los padres son fundamentales para ayudar a sus hijos en el desarrollo de sus emociones. De este aprendizaje dependerá un buen desarrollo del cerebro y un desenvolvimiento social correcto, para lograr la aceptación y el éxito en sus relaciones.
Los niños deben incorporar a su comportamiento patrones adecuados para responder ante determinadas situaciones con el buen uso de sus emociones. Los padres tienen la tarea de adiestrar a sus hijos en la utilización de sus emociones para interactuar con su entorno y con otras personas.
Para eso, lo primero es que los padres logren identificar como se producen las emociones del bebé y qué estímulos externos las causan. Eso significa estar atentos a las expresiones faciales del pequeño y a su conducta, que pueden hacer visibles lo que siente. Un niño muchas veces no muestra reacciones emocionales de manera directa, sino a través del llanto, la inquietud, sudoración, dificultad para respirar y otros.
A partir de los seis meses el niño comienza a aprender cómo responder a algunas emociones. Es el momento en el que, al sentir miedo, ya no llora, sino que se esconde, tapa su cara o busca algo para tranquilizarse como la protección de un adulto, o chuparse un dedo. Al desaparecer el llanto el bebé deja de sufrir de modo tan traumático: este es un paso de avance para el desarrollo emocional en el que se va modulando sus respuestas ante los estímulos externos.
Aprendiendo a conocer a nuestro hijo
Las emociones son importantes para la vida. Conocerlas y dominarlas cuando sea necesario ayuda a desarrollar la personalidad y también la inteligencia. Nuestros hijos deben aprender a identificarlas desde temprano y saber cómo responder de forma adecuada para de esta forma ir aprendiendo a manejarlas.
Ninguna emoción en sí misma es negativa: ellas son la expresión del cerebro a estímulos que recibe y es por eso que hay que aprender lo que significan. El miedo, por ejemplo, es necesario para la preservación de la vida y también identificar las situaciones de riesgo. Debemos enseñar a nuestros hijos la diferencia entre el miedo real y el irracional y alentarlos a ser valientes, sin ser irreflexivos o temerarios.
La tristeza, la ira, el asco y la frustración son mecanismos de defensa de nuestra personalidad contra situaciones o estímulos que nos desagradan. Se impone entonces hacer ver a nuestros hijos que es importante saber la causa de las emociones, para encontrar como solucionar aquello que nos molesta, evitar esas situaciones siempre que se pueda y aprender a conocerse.
La clave fundamental es enseñarles a interpretar esas emociones y no dejar que les dominen hasta el punto de paralizarlos en su vida. Cada emoción es una oportunidad para ir moldeando su personalidad y prepararlos para que su respuestas sean adecuadas y proactivas a los retos de la vida en sociedad.
Importancia de los primeros 1000 días de vida
Los estudios de la neurociencia afirman que el cerebro crece y se desarrolla hasta los 25 años, pero los estudios también indican que los primeros 1000 días de vida del pequeño son determinantes. En esta etapa se crean las primeras experiencias de ese cerebro en desarrollo.
La UNICEF lanzó una campaña dirigida a concientizar sobre la importancia de este periodo. En esta etapa se estima que las células cerebrales pueden realizar hasta 1.000 nuevas conexiones cada segundo, una velocidad que nunca se repetirá en el curso de la vida.
Las conexiones anteriormente mencionadas estimulan la función del cerebro y el aprendizaje del niño, y sientan las bases para su salud, bienestar y felicidad del futuro. Esta organización afirma que la la falta de atención, amor y estimulación así como la nutrición inadecuada, la falta de protección contra el estrés y la violencia pueden impedir el desarrollo normal de estas conexiones.
Los niños sanos emocionalmente serán adultos felices
Todo lo anterior es posible por la neuroplasticidad, que es la capacidad del cerebro de estructurar y re-estructurar sus circuitos en dependencia de las experiencias vividas. En estas edades cualquier influencia ambiental tiene la capacidad de moldear este cerebro en crecimiento y modificar sus circuitos emocionales y sociales.
Los padres deben aprender las emociones del bebé e ir enseñándolos a conocerlas y calmarlas. Aquellos niños que son sanos emocionalmente tienen mayor autoestima y por lo tanto son mejores en la escuela. Además, suelen tener menos problemas de conducta, se llevan mejor con sus amigos, son más saludables y responden mejor a los problemas familiares.
Conocer las emociones de nuestros hijos es imprescindible para poderlos ayudar cuando viven situaciones difíciles y desagradables. También le da valor a la alegría y la felicidad que podemos compartir con los niños y hacer la vida más llevadera.
Un correcto desarrollo emocional dotará a nuestros hijos de herramientas eficaces para no frustrarse con situaciones sin importancia y comportarse de manera responsable y activa ante las dificultades. Una mente fuerte y sana es capaz de afrontar cualquier tarea y buscar soluciones creativas, sin perder la calma y con confianza. Ayudemos a nuestros hijos, desde que son bebés, a conocerse, desarrollarse y ser felices.
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